Es el AVE, no la Franja de Gaza

'Bibi' Netanyahu es ya el primer ministro israelí políticamente más longevo (seis años en el cargo) después del gran David Ben Gurion, uno de los padres fundadores, que estuvo casi 14 años. Las comparaciones, sobre todo en política, suelen ser inexactas. Pero, a lo tonto, sin que sepamos muy bien quién es (¿un pragmático o un duro?), sin haber tomado ninguna decisión permanente, Netanyahu se puede ver abocado a ganarse un puesto en la Historia como lo hizo Ben Gurion, el mítico sionista obligado a aceptar la partición británica de Israel: «Es más importante tener un Estado que un sueño».

Puede verse en esta tesitura Netanyahu en el llamado proceso de paz, algo tan ausente de la campaña que acabó ayer como de las cancillerías europeas. A lo largo de 65 años, los israelíes se han acostumbrado a convivir con el conflicto como el que soporta un ruido de tráfico molesto, pero no lo suficiente como para cambiar de vivienda. Las cifras aportadas por la Iniciativa de Ginebra (una especie de ONG que lucha por la paz desde 2003 tras el fracaso de la política) la semana pasada son esclarecedoras: el 68% de los israelíes apoya la solución de los dos Estados (que incluye retirar a los israelíes de Gaza y Cisjordania; compartir Jerusalén pero no dividirlo, e impedir el retorno de los palestinos a su antiguo hogar), pero el 65% mantiene que eso, ahora, es imposible.

A ese umbral soportable del dolor se han acomodado también las cancillerías europeas, sumidas en la introspección nacional a la que la han llevado sus quebradas cuentas. Tómese el ejemplo de España. En más de un año en el cargo, José Manuel García-Margallo todavía no ha visitado Israel (en su fugaz año, Trinidad Jiménez lo hizo tres veces, por no mencionar a Miguel Ángel Moratinos, que lo hacía una media de seis veces al año). Alberto Ruiz-Gallardón fue a recoger un premio y Jorge Fernández, a firmar un acuerdo de seguridad. La visita realmente importante ha sido la de Ana Pastor, que acudió recientemente a asegurar las condiciones del jugoso contrato que se dilucidará en los próximos meses: Israel tiene 20.000 millones de dólares que gastar en infraestructuras en los próximos cinco años (AVE Eilat-Tel Aviv y el metro de Tel Aviv, entre otros proyectos), y el Gobierno ya ha decidido que la tarta sea para China (trabajadores) y para España (planificación).

Ahora les toca decidir a los profesionales, y Francia y Alemania no cejan en el empeño de sacar también partido. Qué lejos quedan los días en los que los europeos competían por la capacidad de influir en el proceso de paz. Ahora lo hacen por un contrato.

En este contexto, no es extraño que estas elecciones hayan sido seguidas con tan poco interés en Europa. El pulso del mundo está en otro lado. Lo interesante empieza hoy, con los juegos de coaliciones y con la certeza de que en este tercer mandato se desvelará el misterio Netanyahu: ¿será el hijo del historiador el político pragmático capaz de compartir con Ben Gurion algo más que años en el cargo?

ana.romero@elmundo.es